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Las tarjetas de visita se convirtieron en una herramienta imprescindible de etiqueta, con reglas sofisticadas gobernando su uso. La convención esencial era que una persona no esperaba ver a otra persona en su propia casa (a menos que estuviera invitado o fuera presentado) sin dejar primero su tarjeta de visita en su hogar. Tras dejar la tarjeta, no esperaban ser admitidos al principio, sino que puede ser que recibieran una tarjeta en su propio hogar a modo de respuesta. Esto serviría como señal de que una visita y una reunión personales en el país no serían incómodas. Por otra parte, si no se recibía tarjeta de vuelta en breve plazo o si se recibía una tarjeta en un sobre significaba que una visita personal era desalentada. Como adopción de la etiqueta francesa e inglesa, las tarjetas que visitaban llegaron a ser comunes entre la aristocracia de América y de Europa. El procedimiento entero dependía de la existencia de criados para abrir la puerta y recibir las tarjetas, por lo que fue confinada a las clases sociales altas que empleaban criados.
Algunos refinados ornamentos grabados se incluían en las tarjetas de visita así como fantásticos escudos. Sin embargo, la tarjeta de visita de formato estándar en el siglo XIX en el Reino Unido era una tarjeta llana sin nada más que el nombre del portador en ella. El nombre de un club de caballeros podía agregarse a veces, pero no se incluía la dirección.
La tarjeta de visita ya no es la característica universal de la clase media superior y de la vida de la clase alta que fue una vez en Europa y Norteamérica. Ahora, es mucho más común entre todas las capas sociales, en la cual los detalles del contacto, incluyendo la dirección y el número de teléfono, son esenciales. Esto ha conducido a la inclusión de tales detalles incluso en las tarjetas de visita domésticas, una práctica recogida por los libros modernos de la etiqueta.